Gustav Mahler fue más conocido en vida como uno de los más importantes directores de orquesta y de ópera de su momento, pero después ha venido a ser reconocido como uno de los compositores postrománticos más extraordinarios. Un logro admirable para alguien cuya madura creatividad se concentró en sólo dos géneros: la canción y la sinfonía. Además de sus nueve sinfonías terminadas, sus principales obras son los ciclos de canciones «Canciones del camarada errante» y «Canciones de los niños muertos», así como la síntesis de sinfonía y ciclo de canciones que es «La canción de la Tierra».
Gustav Mahler nació en Kalisch, una pequeña aldea bohemia, perteneciente al imperio Austrohúngaro (actualmente la República Checa), el 7 de julio de 1860. Fue el segundo de quince hijos de Bernhard Mahler y María Hermann, un humilde matrimonio judío. Nueve de sus hermanos murieron durante la infancia. Esto tendría un efecto decisivo en la personalidad y la obra de Mahler, a quien la muerte pareció perseguir durante toda su vida.
Su padre, un posadero judío, tenía reputación de violento. Solía agredir a su mujer y a sus hijos. Asimismo, era un hombre bastante ambicioso, por lo que pocos meses después del nacimiento de Gustav trasladó a su familia a la ciudad de Iglau, en busca de fortuna y mejores oportunidades para sus hijos.
Desde pequeño Mahler solía sumergirse en su propio mundo, alejado de la realidad y los problemas cotidianos. Posiblemente la muerte prematura de varios de sus hermanos, así como el carácter agresivo de su padre, que ejercía un poder dictatorial y neurótico sobre su mujer y sus hijos, provocaron que la infancia de Gustav quedase marcada para siempre por el dolor. Sin embargo no todo fue doloroso en esa etapa de su vida. Adoraba a su madre, en quien debió encontrar parte del refugio y la estabilidad emocional que tanto necesitaba. El acontecimiento que más influyó sobre el futuro del pequeño Gustav fue el haber encontrado un piano en la casa de su abuelo en FEDEC, Bohemia. Desde aquel día, este instrumento musical acaparó tanto su atención que su padre llegó a comentar en broma. «Tú seguramente llegarás a ser músico», sin imaginar cuan acertadas serían sus palabras.
Pese a su despótico desempeño como jefe de familia, Bernhard Mahler era un hombre que comprendía la belleza del arte, por lo que no vaciló en incentivar el incipiente talento musical de su hijo, tal vez animado por el ego de tener un hijo músico. Por ello lo inscribió en el coro de la iglesia de Jihlava. A los cinco años, comenzó a recibir las primeras lecciones de piano y teoría musical. No tardó en dar muestras de que estaba especialmente dotado para este arte, ya que con sólo seis años compuso una canción y una polka con una marcha fúnebre introductoria. Luego realizó estudios en Praga y posteriormente fue enviado al Conservatorio de Viena, en donde compuso algunas obras, las cuales no han llegado a nuestros días con excepción de la que se considera su primera composición; el Cuarteto para Piano.
A la edad de 20 años, participó en un concurso de composición con su cantata «Canción del lamento». Contaba con ganar el concurso para así poder mantenerse con el dinero del premio por algunos años y así poder dedicarse exclusivamente a componer. Sin embargo, no ganó, por lo que se vio obligado a iniciar una carrera como director para poder sobrevivir.
Ficha 2
Se desempeñó como director en varios teatros de ópera de mediana importancia, tales como Praga, Budapest y Hamburgo, en donde aprovechó para estrenar su primera sinfonía. En 1897, le fue ofrecido el puesto Kapellmeister de la Opera de la Corte de Viena, pero se le exigió convertirse al catolicismo. Si bien Mahler era judío, era agnóstico por convicción. Y sentía que el hecho de ser judío le impedía escalar socialmente.
Solía decir: «Soy tres veces extranjero, un bohemio entre austríacos, un austríaco entre alemanes, y un judío ante el mundo» Por eso no tuvo reparos en renegar del judaísmo. Conocida es la historia en que al salir de la iglesia en que había sido bautizado, se encontró con un conocido. Éste, suponiendo que Mahler se había bautizado le preguntó: «¿Qué has hecho?, a lo que el compositor contestó: «Acabo de cambiarme el abrigo», insinuando que su cambio fue sólo superficial y motivado por el deseo de obtener el puesto de director de la Opera de Viena.
Durante su estancia en Viena fue sin lugar a dudas el artista más renombrado de la ciudad. Cuando Mahler abandonó Viena para ir a dirigir a los Estados Unidos, los vieneses insinuaron que con su partida se había acabado la edad de oro del arte y la cultura en Viena.
En 1902 Mahler se casó con Alma Schindler, una compositora veinte años menor que él, hija del pintor Antón Schindler. Fue un matrimonio difícil, marcado por la muerte de la hija mayor de ambos, María, en 1907 y por las continuas infidelidades de Alma.
En 1907, a Mahler le fue diagnosticada una enfermedad coronaria. Esto, junto con una campaña de desprestigio iniciada en su contra por ciertos integrantes de la Opera lo llevaron a renunciar.
Le fue ofrecido el empleo de director titular del Metropolitan Opera House de Nueva York. Al saberse desahuciado, y en un intento de asegurar el futuro económico de su esposa e hija, aceptó el empleo, trasladándose a Nueva York. Sin embargo, pronto fue reemplazado por Arturo Toscanini, por lo que aceptó hacerse cargo de la Filarmónica de Nueva York.
Su personalidad era bastante particular. Creyéndose perseguido por la muerte, era muy supersticioso. Tenía miedo de que, al componer la novena sinfonía, después muriera al igual que Beethoven, Schubert y Bruckner, quienes murieron después de escribir sus novenas sinfonías. Después de la Octava, Mahler compuso una sinfonía con canto de solista, inspirada en una serie de poemas recientemente traducidos del chino y que le habían sido obsequiados a su esposa Alma Mahler. Sin embargo, para no tentar al destino, en vez de llamar a esa obra Novena Sinfonía, le llamó «La Canción de la Tierra». Otro hecho que le marcó profundamente fue el suicidio de su hermano Otto, al cual era muy cercano y a quien en varias oportunidades describió como un músico mucho mejor que él.
Son diez las sinfonías de su catálogo, si bien la última quedó inacabada a su muerte. De las, número 2, 3, 4 y 8, la única que le permitió saborear las mieles del triunfo en su estreno, incluyen la voz humana, según el modelo establecido por Beethoven en su novena. A partir de la Quinta, su música empezó a teñirse de un halo trágico que alcanza en la Sexta, en la Novena y en esa sinfonía vocal que es «La Canción de la Tierra», su más terrible expresión.
Ya muy enfermo regresó a Viena en 1911, falleciendo en el mes de mayo de ese mismo año.
La Décima Sinfonía, de la cual Mahler sólo completó el Adagio, fue objeto de «reconstrucción» por el musicólogo y estudioso de Mahler, Deryck Cooke. Este consiguió que Alma, la viuda del compositor, levantara en 1960 la interdicción que pesaba sobre los bocetos que Mahler dejó del resto de los movimientos. A partir de esos bocetos, Cooke elaboró una «posible o más que probable» versión de la obra. Existe una grabación de esa versión «completada» por Sir Simón Rattle al frente de la Berliner Philharmoniker.
Es de vital importancia hacer notar que su revalorización, al igual que de su admirado Antón Bruckner, fue lenta y se vio retrasada por el advenimiento del nazismo al poder en Alemania: por su doble condición de compositor judío y moderno, la ejecución de la música de Mahler fue terminantemente prohibida. De nada le valió renegar del judaísmo y convertirse al catolicismo. Para Hitler, Mahler seguía siendo judío. Sólo al final de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a la labor de directores como Bruno Walter, Otto Klemperer y Leonard Bernstein, sus sinfonías empezaron a hacerse de un gran prestigio en el repertorio de las grandes orquestas.
Gustav Mahler fue uno de los grandes compositores y directores de las más afamadas orquestas sinfónicas. Su gran capacidad musical ha quedado inscrita en las páginas de la historia.